La República Dominicana es un país, que como lo describe su poeta nacional, Don Pedro Mir, está colocado en el mismo trayecto del sol: “Oriundo de la noche. Colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol. Sencillamente liviano, como un ala de murciélago apoyado en la brisa”.
La bandera, nuestro emblema patrio, y la Biblia, el libro que inspiró nuestro grito de libertad y soberanía, se dieron un abrazo en el cielo del Oriente Lejano cuando una joven humilde y casi desconocida levantó sus brazos victoriosos y celebró su presea plateada tras recorrer los 400 metros planos en 49:20 segundos en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
Marileidy Paulino levantó la bandera dominicana con su brazo derecho, mientras que con el izquierdo sostenía un ejemplar impreso de la Santa Biblia, tapa azul celeste de la versión Reina Valera 1960.
Muchos atletas que lograron medallas, quizás como en ninguna otra olimpiada, testificaron de su fe en Jesucristo, pero ninguno lo hizo más gráficamente y de forma más contundente e impactante que esta velocista dominicana.
Lo sorprendente de este gesto, de esta imagen que en unos pocos segundos recorrió el mundo, fue que surgió espontaneo y libre. Marileidy no estaba allí a nombre de ningún o movimiento, ni siquiera a nombre de un credo o religión, estaba allí por su propia convicción, por su propio sentir para testificar de su fe.
A la fecha de hoy Marileidy es la atleta número uno en el mundo en la modalidad de los 400 metros planos, pero lo más importante es que ella ha celebrado sus triunfos con una actitud de alabanza y reconocimiento a Dios al final de cada carrera.
El muy personal y valioso gesto de esta joven no ha sido no ha sido dimensionado ni ponderado con la significación y sentido que amerita. Para muchos creyentes evangelicos esto ha sido una simple y simpática ocurrencia destinada a perderse en el tumultuoso mundo de la información sin mayor efecto que el que se produjo en ese instante fugaz.
Las fotos deportivas a lo largo de los años nos han dado un variado y colorido abanico de emociones, porque el deporte no solo es competición, sudor, energía bien administrada, sacrificio o recompensa; es también felicidad o tristeza, suspenso, drama y perplejidad, momento que es posible perpetuar en una imagen que se consagra como un recuerdo imborrable para generaciones venideras, por lo que de alguna manera se han hecho diversos esfuerzos por categorizar estas imágenes.
Numerosas publicaciones se han realizado para valorar de manera retrospectiva esta infinidad de imágenes icónicas que se han recopilado a lo largo del tiempo. La prestigiosa revista norteamericana Sports Illustrated hizo en noviembre de 2012 una selección de las que considera son las 100 mejores fotografías de la historia del deporte.
Sobresale la imagen de Muhammad Ali, un joven de veintidós años que el 25 de mayo de 1965 derrotó por un fulminante nocaut en el primer asalto a Sonny Liston. La foto muestra un Alí con gesto enardecido, arrogante y soberbio ante la figura de su rival que aparece desplomado ante sus pies tras ser salvajemente golpeado por sus potentes puños.
Una foto verdaderamente icónica. El carácter personal de Alí nunca estuvo por debajo de esta reveladora imagen. Con igual prominencia aparece una foto Nadia Comaneci, la gimnasta rumana de 14 años que ganó 5 medallas de oro en los Olímpicos de Montreal en 1976.
También está la foto del legendario disparo encestado por Michael Jordán en los seis segundos finales para darle la victoria a su equipo, los Bulls de Chicago, en el sexto partido de la final de la NBA en 1998.
Una imagen muy recordada es la del velocista norteamericano Jesse Owens, de pie en el pódium olímpico de Berlin 1936, recibiendo los honores como vencedor de la competencia de salto largo. El ganador de 4 medallas de oro enfureció a Hitler, quien quería usar esos juegos para promover la supuesta superioridad de la raza aria. Owens no solo venció a sus oponentes en la pista, sino que también echó por tierra la propaganda ideológica del dictador alemán.
La pregunta que como evangélico yo me hago ahora: ¿Fue la de Marileidy la foto de mayor fuerza icónica de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020?
Para mí lo fue. ¿Qué circunstancias favorecen para que una imagen alcance ese nivel iconográfico que tiende a perpetuarla? Bueno, yo diría que esa extraña emoción que nos provoca, ese deseo inexplicable de quedarnos para siempre con ese instante que viene con una carga de significado y sensaciones.
Se trata de esa imagen que queremos perpetuar y tener presente siempre en nuestro recuerdo. Es como si quisiéramos arrebatarle un instante al olvido y quedarnos con él para siempre. Esta fotografía de Marileidy tiene más fuerza icónica de lo que se puede apreciar con un simple vistazo.
En su conjunto, además del trascendental momento histórico que recoge, del gesto libre y espontaneo de su protagonista, la imagen tiene algunas combinaciones de elementos y colores que le dan un toque visual e iconográfico que amerita cierto detenimiento y análisis.
Lo cautivante de la composición gráfica de esta imagen es la combinación de los colores de la bandera, del uniforme, todo puesto de relieve sobre el fondo del majestuoso estadio olímpico de Tokio. Ahí sobresale la Biblia, la Palabra de Dios inmutable levantada en alto en un mundo cambiante que ha perdido el norte de la verdad. Ahí está la versión Reina Valera 1960 en las manos de Marileidy con un diseño muy moderno atractivo.
Mi amigo David Flavia George me ayudó a descifrar el diseño de esta portada: “Conceptualmente los colores transmiten un mensaje que trabaja en el subconsciente de la mente con sus variadas tonalidades de azul marino, color que representa sobriedad, respeto y profundidad, combinado así con el azul cielo que representa pureza, salud y tranquilidad.
Como una estrategia del diseño aparece el rojo que representa sangre, fuego, pasión fuerza. El color blanco de las letras de la sensación de santa majestad”.
Sin dudas que esta foto de Marileidy es una foto icónica, digna de ingresar a las imágenes más representativas de la historia del deporte; pero si no lo es para nosotros los evangélicos, no lo será para nadie.
Por el momento vivido, por todos los elementos que concurren y se combinan en esta foto de Dylan Martínez, cuando alguna publicación seleccione las mejores imágenes deportivas de la historia, la foto de la dominicana Marileidy Paulino deberá estar ahí.
Por Tomas Gomez Bueno