La Constitución de la República consagra dos días de fiesta nacional: el 27 de febrero, que es la más alta cumbre del patriotismo nacionalista porque simboliza el nacimiento de la República Dominicana libre, soberana e independiente; y el 16 de agosto, que representa la epopeya bélica de mayor trascendencia en los anales militares del pueblo dominicano y que culminó con la restauración de la independencia nacional.
El 14 de septiembre de 1863, tras constituirse el Gobierno provisorio en la ciudad de Santiago, los restauradores suscribieron un documento que llamaron Acta de Independencia en el cual expusieron, ante el mundo y el trono de España, las causas justas y legales que habían inspirado el movimiento armado para restaurar la República de febrero y reconquistar la libertad y la independencia.
El documento explicó que la anexión a España no fue fruto de la espontaneidad colectiva, sino el deseo de un reducido grupo de dominicanos que nunca tuvieron fe en la capacidad del pueblo para mantenerse independiente por sus propios recursos. Los restauradores admitieron que una cosa había sido la magnánima voluntad de Su Majestad, la Reina Isabel II, quien fue engañada respecto del supuesto deseo colectivo de reincorporación a la antigua metrópolis; y otra muy distinta la de sus funcionarios civiles y militares designados al frente del gobierno de la anexión, quienes incurrieron en todo tipo de vejámenes contra la población.
El trascendental documento político también resaltó lo siguiente: “Escarnio, desprecio, marcada arrogancia, persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos son los únicos resultados que hemos obtenido, cual corderos subalternos del trono español a cuyas manos se confiara nuestra suerte. El incendio, la devastación de nuestras poblaciones, las esposas sin sus esposos, los hijos sin sus padres, la pérdida de todos nuestros intereses y la miseria, en fin… Todo lo hemos perdido -concluyó la histórica proclama política-, pero nos queda nuestra independencia y libertad, por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre…”.
Al cabo de dos años de incesante guerra contra el ejército español, la República Dominicana fue restaurada y conservada independiente desde entonces, salvo el tristemente célebre interregno de 1916-1924, cuando la soberanía nacional fue de nuevo eclipsada a causa de la primera ocupación militar norteamericana.
Al conmemorarse el 160 aniversario del glorioso Grito de Capotillo, que reconquistó la independencia y restauró la República, exhortamos a todos “los buenos y verdaderos dominicanos” de que habló el Padre de la Patria, para rendir tributo a los prohombres y mujeres de esa gloriosa gesta nacionalista.
Hoy, cuando fuerzas foráneas -con apoyo de facciones parricidas, como las llamó Duarte-, pretenden imponerle al país una agenda que atenta contra las más puras esencias de la dominicanidad, conviene rememorar el noble ejemplo de los restauradores que siempre estuvieron dispuestos a todo tipo de sacrificio con el fin de defender la independencia nacional proclamada el 27 de febrero de 1844.
¡Loor eterno a los héroes de la Restauración! ¡Viva la República Dominicana!